por Guillermo Malisani
El presidente Mauricio Macri intentó esta semana, en diversas intervenciones públicas, empezar a recobrar parte de la confianza perdida y mostrar mayor fortaleza para transitar un crítico segundo semestre que tendrá los números económicos al rojo vivo.
Mediante una conferencia de prensa en Olivos -anunciada una semana antes-, un intercambio en la red social Instagram y una particular charla-entrevista en la Bolsa, el jefe de Estado quiso dar señales de que aun tiene la iniciativa y que esta crítica situación se trata sólo de “una tormenta” pasajera y motivada más que nada en factores externos.
Se dirigió a públicos diferentes, a quienes fueron sus votantes pero atraviesan cierto desencanto; a los más jóvenes, mostrando un Presidente informal y ameno y también a los inversores que en dos años y medio de gestión nunca llegaron masivamente al país.
En su discurso, admitió dificultades pero repitió una y otra vez las expectativas favorables que tendrá el país si logra encauzar las cuentas públicas y cumple el acuerdo firmado con el FMI.
Desde el inicio de su presidencia, Macri basó su estrategia en dos conceptos: las expectativas de un bienestar futuro y la necesidad de un cambio de política a nivel nacional.
A dos años y medio de la salida del gobierno anterior, las explicaciones sobre la pesada herencia empezaron a perder sustento y las promesas de un futuro saludable se alejan cada días más.
Así, las dudas y desconfianza de la gente no reposan ya en la conducción técnica sino directamente en el poder político, cuestión reflejada en las encuestas y en la creciente imagen negativa del Jefe de Estado.
Este nuevo período iniciado con la corrida cambiaria de junio obligó al Gobierno a cambiar planes y focalizar gran parte de la gestión en recortar el déficit fiscal, uno de los requisitos incluidos en el acuerdo con el Fondo.
La inflación más alta en dos años, caída en la producción industrial después de 12 meses de recuperación y una cuenta corriente deficitaria con los números más elevados desde la Convertibilidad, son sólo muestras de un país estancado.
Y, por si fuera poco, una preocupante balanza comercial que lleva acumulado un saldo negativo de 4.700 millones de dólares, que obliga al Gobierno a tener pedir deuda para cubrir las necesidades de divisas.
Muestras de ese escepticismo lo constituyen la parcial renovación de Lebac pese a los altísimos rendimientos ofrecidos por el Banco Central, el permanente pasaje de peso a dólares de pequeños ahorristas, la deuda cara que toma el Gobierno.
En junio, el gobierno nacional emitió deuda por un total de 5.527 millones de dólares y como novedad, se destaca la colocación de 2.000 millones del Bono de la Nación Argentina Dual 2019.
En el segundo trimestre, emitió un total de 24.219 millones de dólares, con una elevada participación de las colocaciones en pesos (62% del total), siguiendo con la tendencia observada en los últimos trimestres.
En este contexto de preocupación, la llegada al país de la jefa del Fondo, Christine Lagarde, para analizar la evolución del acuerdo stand by, se convertirá -o al menos así será mostrado- en un gesto de apoyo del organismo a la Argentina.
No es casual que la primera actividad de Lagarde en suelo argentino haya sido un encuentro con el jefe del Banco Central, Luis Caputo.
“Es un placer encontrarnos con el presidente del Banco Central, Luis Caputo. Espero con ansias continuar nuestro diálogo con el BCRA bajo su liderazgo”, dijo la funcionaria en su cuenta de la red twitter.
En la víspera, el ministro Nicolás Dujovne publicó el resultado de las cuentas públicas del primer semestre y destacó que por sexto trimestre consecutivo la Argentina cumplió sus metas fiscales, con lo cual garantizó que el país llegará al equilibrio en 2020, tal como lo prometió con el organismo multilateral.
Por el momento es una incertidumbre si Macri conseguirá recuperar la confianza perdida, de lo que hay certeza es que la recesión llegó y para quedarse.
(*): NA.